Era un día de julio de 1985. En el pueblo de San
Luis había un movimiento que solo sucedía una vez al año. Los niños se dirigían
a la escuela con la ilusión a cuestas, los padres se movían de un lado a otro.
Todos esperaban el momento para reencontrase en la tarde en casa y
compartir.
Es el día de los niños en el pequeño pueblo de
dos mil habitantes. El Alcalde, elegido dos años atrás, había decretado, al
siguiente día de haberse instalado en el Palacio del Pueblo, que ya no habría
más Fiesta de Reyes, que ese tipo de celebración se cambiaría para el tercer
domingo después de comenzado el mes julio. Algunos habitantes pensaban que era
una aberración histórica asumir tal decisión, sin embargo ya ésa sería la fecha
en que llegarían los juguetes a la tienda del pueblo, por lo que era inevitable
que los niños la esperaran con júbilo.
Los pequeños de San Luis ya no escribían cartas
a los Reyes Magos, ya no tenían a quien expresarles que se portaban bien y
pedirles el juguete de recompensa que más deseaban. Sin embargo cada séptimo
mes, los padres intentaban suplir ese vacío con la nueva celebración
instituida.
Después de varias horas en la escuela y con las
ganas de saber qué le habían comprado, Mecate estuvo preguntándole todo el
camino a su madre cuál sería su regalo; hoy todos lo niños del barrio
presumirían su juguete, los cuales debían ser muy parecidos para poder
compartir en la tarde el tiempo de ocio que les quedaba por delante.
La madre de Mecate, ajena a esas estrategias
infantiles, le había obsequiado una gran escopeta que disparaba chispas con
piedras de fosforera, que se le ponía en una pequeña ranura. Venía envuelta en
una caja verde, enorme para un niño de 6 años. Pero para sorpresa de la madre,
él no deseaba una escopeta, sino un camión de carga, ya que sus amiguitos, con
los que jugaría, tendrían uno.
Es muy fácil en otro lugar, si no te gusta,
cambiarlo, pero no en el humilde San Luis. La madre observa la cara de
frustración de Mecate y le dice: -Deja ver qué hago y te busco lo que quieres.-
El niño se quedó en casa esperando a su madre,
preocupado y con la inocencia en sus ojos no lograba concentrarse en nada,
salía constantemente a la reja del frente a ver si volvía. Después de esperar
algún tiempo, la ve venir desde lejos pero con la misma caja grande, sin poder
cambiar el juguete. Al percatarse, su sonrisa se borró del rostro.
Hoy Mecate es un adulto a punto de tener hijos,
vive en otro país donde sí se escriben cartas en enero y su madre, que soy yo,
le ofrece disculpas por no haber luchado para que no le quitaran en su infancia
la ilusión de los Reyes Magos.