Por Abel Álvarez
Hace unos día tuve la oportunidad de ver la polémica película francesa, aunque muy cubana, Regreso a Ítaca. Y digo que muy cubana y polémica, para la isla, ya que logra desmembrar un momento histórico en la Cuba revolucionaría. Habla de esa generación marcada por lo prohibido y por las limitaciones.
Más allá de las insatisfacciones de algunos y de las alabanzas de otros, la película dirigida por el galo Laurent Cantet y con guion del propio director y el escritor cubano Leonardo Padura, recoge una historia que no se puede olvidar, porque como bien dice el slogan de las tradicionales Romerías de Mayo en Holguín: No hay hoy, sin ayer.
Hay rostros conocidos del cine nacional cubano como Isabel Santos (Tania) y Jorge Perugorría (Eddy). Se unen Fernando Hechavarría (Rafa) y Néstor Jiménez (Amadeo), protagonistas del conflicto final de la historia. Amadeo, un escritor que quiere reencontrarse consigo mismo, con sus memorias y su arte después de un exilio de 16 años en España, está de vuelta en Cuba. Sin embargo, sus amigos de siempre, desde la noche de una azotea habanera, también prohíben y censuran su regreso.
Y es que nos creemos con el derecho, casi siempre, de decirle a otros lo que tienen y deben hacer. Así somos, aunque no nos hayan pedido opinión. Y quiero creer que es herencia de nuestros antepasados, esa manera a veces injusta de actuar. Y si de creencias se trata, hay que comentar del personaje de Aldo, representado por un desconocido para las producciones cubanas, Pedro Julio Díaz Ferrán. Sin embargo es de esas personas, que conozco muchas, que aun se aferran a sus viejas ideas, y que a pesar de todo, desea que sus amigos le acepten seguir creyendo.
Ítaca nos deja una reflexión abierta, un camino que solo nosotros podemos decidir, el del reencuentro con nuestro pasado por duro que sea, el de volver a casa aunque ya no sea la misma de hace 30, 20 o 5 años. O el de permanecer en el lugar que te abrió puertas y cobija. Es un derecho.