Por Abel Álvarez
¿Qué pasará cuando Fidel no esté? Era una pregunta que muchos nos hacíamos. Conmocionaba su respuesta, estuvieras a favor o en contra de sus ideas; al menos dentro de Cuba, la incertidumbre era inevitable. Pues llegó el día. Mentiría si dijera que no me impactó, aun viviendo hace más de 8 años fuera de mi país, pensaba solo en mi familia cercana (padre, madre, hermanos) que viven en la isla. Y es que, tanto ustedes como yo, seguro hemos visto todo tipo de manifestaciones después que Raúl Castro anunciara que su hermano había fallecido.
Tengo amigos que sufrieron la represión del gobierno de Fidel, estuvieron presos, les expropiaron bienes y tuvieron que escapar de su país, dejando todo atrás, y no precisamente cosas materiales; o fueron víctimas de los años 80 cuando lanzar huevos era una muestra de represalia hacia la mal llamada gusanera, por el simple hecho de pensar diferente. Tengo otros amigos que solo tienen gratitud hacia él, por haber estudiado y tenido salud gratuitas, vivir en su libertad y por haberles sembrado un ideal de patriotismo y cubanía. Sin embargo, a pesar de las diferencias ideológicas, se han respetado, no se han agredido. Quizás en su actitudes de respeto influya el no vivir en Miami, lejos del impacto mediático directo que la noticia ha tenido en la llamada capital histórica del exilio cubano.
Esta mañana ante comentarios en Facebook de dos amigas, una, cantante, la otra, presentadora de radio, que viven en Europa, hicieron que escribiera estas líneas. Ambas reclamaban la cordura entre los cubanos, ambas están a favor de las expresiones de alegría y tristeza alrededor de lo que estamos viviendo, y estaban en desacuerdo con las agresiones verbales entre nosotros. Sé que es imposible controlar las emociones cuando hay tantas familias heridas de un lado y del otro. No se puede olvidar los que sí vivieron el exilio, pero tampoco se puede desdeñar los que sufrieron por seguir un ideal.
Ayer hablaba con otro amigo y le decía: “La muerte de Fidel Castro, es una muerte que une”. Y me dijo NO: “Es una muerte que nos está desuniendo”. Créanme, esa frase me lanzó contra la pared como fuerte onda expansiva de una bomba atómica, quedé en silencio y seguí viendo las transmisiones que se originaban desde Miami y La Habana, por obvias razones el contraste era abrumador. Me niego a pensar que hemos perdido los valores como sociedad, donde vivir en una isla, aislados de fronteras terrestres nos obligó a vernos como familia todos, aunque no lo fuéramos de sangre. No podemos olvidar que ambas partes tienen sus razones y verdades, pero sobre todo que alguna vez viviendo dentro de esa Cuba nos tendíamos la mano y compartíamos lo poco que teníamos a pesar de las diferencias de pensamiento; y que después fuera de ella los seguimos haciendo con el último que llega.
Aunque hace mas de 24 horas no he querido ver nada más, pues creo que he visto suficientes reacciones, hay expresiones que me han sobrecogido: desde Miami ver cómo un nieto, con sombrero de su abuelo en la cabeza, quien no pudo ver este momento lo homenajeaba, y con lágrimas en los ojos trasmitía una verdad como un templo. Por otro lado desde La Habana, gente que a pesar de reconocer que sí estaba pasando trabajo, apretaba la garganta para no llorar en cámara y reconocer que sufrían por la muerte de su comandante. Ambas expresiones son respetables y genuinas.
Hoy ya no existe físicamente el último símbolo del comunismo del siglo XX en el mundo, por lo que creo, es momento de dejar de agredirnos. Cuando pasen los días y la muerte de Fidel Castro sea cosa del pasado, aprovechemos y gastemos las energías en unir ambas orillas, no somos la misma generación de nuestros padres o abuelos, podemos ser mejores.
Los Angeles, CA
27 de noviembre de 2016